Como espejo inequívoco, para bien o para mal, del futbol profesional, el futbol base adquiere en
muchas ocasiones hábitos y formas del mismo, dando lugar a múltiples circunstancias tan incoherentes
como contraproducentes, en la formación y desarrollo del joven jugador desde sus edades más
tempranas.

A partir de los 7-8 años el desarrollo en la
niñez da un giro significativo y decisivo:
aparece el pensamiento lógico, el niño
comienza a socializarse y a entender su entorno a través de las relaciones con los demás. A través de este nuevo prisma en cuanto a su manera de percibir lo que le rodea comienza a tomar conciencia de la aparición una nueva dimensión, lo que llamamos el desarrollo cognitivo.
Dentro de un correcto desarrollo del proceso cognitivo se ha comprobado que en los niños crece la capacidad de evaluación en una tarea cognitiva, así como la adaptación a estrategias para afrontar las mismas. Además, aumenta la velocidad y capacidad de procesamiento, así como mejora significativamente la atención selectiva.
Como nos indica la Dra. en psicología Almudena
Ros Martínez (I), los niños a partir de los 6 años son más reflexivos, estratégicos y planificadores. Precisamente a partir de esta edad, los niños pasan a formar parte de colectivos de distintos ámbitos. El fútbol y sus escuelas de formación son de los más demandados, el auge de éste, y su trascendencia no solo deportiva, también sociocultural es un condicionante considerablemente atractivo para ello.
Confiamos nuestros hijos a entidades y formadores presumiblemente preparados para canalizar, formar y desarrollarlos en cada una de las distintas vertientes del niño: física, social, psicológica, etc.

La pregunta que nos ocupa es la siguiente:

¿Estamos lo suficientemente
preparados en las estructuras de fútbol
base para afrontar el desarrollo del
niño desde un punto de vista holístico y
guiarlo por cauces coherentes?

Proyecto

Vamos a utilizar el concepto de proyecto, aún a riesgo de caer en la desvirtuación
de éste a causa de su uso erróneo dentro del profesionalismo, cada vez más
obsesionado con la inmediatez del resultado.
Es sumamente importante que, para el desarrollo psicológico del niño, el tema que
nos ocupa, este se lleve a cabo dentro de un ámbito necesariamente coherente
con la edad del joven jugador y la exigencia que debe ir ligada a su tiempo.
Todo proyecto debería llevar consigo los siguientes pasos: idea, creación, inicio,
aprendizaje (ensayo-error), crecimiento, consolidación e idiosincrasia.

a los que él considera de “su altura o nivel” dado que su tolerancia hacia los demás se ve afectada por la dinámica del equipo y la gestión del grupo.
Los entrenadores en estos equipos muchas veces no corresponden a un perfil determinado, pueden ser jóvenes que empiezan, o veteranos exfutbolistas con ganas de seguir en contacto con el balón y el césped, personas más o menos competitivas, con estilos de gestión muy diferentes. En ocasiones se pueden ver incluso a padres de algún integrante del equipo cumpliendo la función de entrenador. Ya que los objetivos del club ocupan aspectos primordialmente lúdicos, la presión hacia el jugador desde casa es, por norma general, menor que en clubs de otro perfil, y eso siempre es positivo para la formación y desarrollo del jugador.
Ahora bien, si hay una característica común que suele aparecer en este contexto es la falta de formación, y por ello, la complicadísima posibilidad de detectar situaciones en las que un niño muestra su frustración de otra forma que no sea visiblemente notoria. Este tipo de actitud se puede empezar a manifestar con falta de atención en las explicaciones, pequeñas quejas sobre la ropa, botas que no le gustan o incomodan… El niño comienza a mostrar su estado emocional a través de pequeños gestos que rara vez somos capaces de relacionar con una situación que de no poder detectar se puede convertir en una patología, que con el paso de los años se manifiesta con síntomas como problemas en la alimentación y alteraciones del sueño, hasta poder llegar a originar patologías como cuadros de ansiedad y depresión en su fase final.
Hay estudios que nos indican que aproximadamente el 30% de los jóvenes deportistas de elite padecen el síndrome de Burnout (II), lo cual puede resultar sorprendente dado que anteriormente dicho síndrome por sus características se asociaba al profesional adulto (estrés prolongado, fatiga crónica, depresión, etc…). Hoy en día podemos comprobar que también se da en jóvenes deportistas de alto nivel, con la dificultad añadida de asociar sus síntomas a otros motivos que poco tiene que ver con lo que el niño está viviendo en realidad. Si bien cabe decir, que cada vez con mayor frecuencia, existe la presencia de psicólogos, profesionales cualificados en dicho campo que ayudan a detectar, trabajar y superar este estado y demás circunstancias para tratar nuestros jóvenes.

¿Cuál podría ser la propuesta desde el cuerpo técnico…?

Trabajar con un poco más de exigencia para él, pedirle más en los entrenamientos y trabajarle en un
grado de dificultad mayor que al resto, incluyendo dicho trabajo en la dinámica de grupo, hacerle ver
que progresa, que hay un avance. Misma dinámica de trabajo de manera gradual y adaptable al resto del grupo, que el jugador sienta que hay un progreso y que se potencian habilidades a nivel individual y no solo colectivo. Él irá un pasito por delante, pero siempre dentro de una dinámica que sin traicionar el perfil del club permitirá el avance no solo futbolístico, también a nivel psicológico de todos y cada uno de los integrantes del equipo. Trabajo cuidado al detalle, dinámicas paralelas adaptadas, motivación intrínseca.
¿Es una solución cambiarlo de tipo de club? Puede, podemos entender que en un club con unos objetivos más acordes con la actitud manifestada por el niño este encajaría mejor, pero podemos agravar el problema de forma considerable. ¿Por qué? Paso a describir la situación.

Hablemos de los clubes de futbol base que priorizan el resultado:

semanas atrás hablando con un formador al que respeto y admiro por su trayectoria, me confesaba que en una conversación con el director deportivo de su club, este le decía en cuanto a sus equipos B, conformados por los jugadores todos de primer año lo siguiente: “Si un equipo B no queda entre los 4-5 primeros de su grupo, de este equipo, salvo 4 o 5 jugadores, el resto no me vale …”
• Bien, podemos detenernos a valorar la ética desde su posición profesional del planteamiento
de funcionamiento, prioridades, valores, etc. Pero el tema que nos ocupa hace que vayamos más allá. Dicho planteamiento no solo implica la valía de los jugadores como y parte del proyecto del club, solo por su competencia y resultados que logran conseguir, sin contar con ningún otro valor ni actitud,
pero también de una forma u otra implica a los entrenadores. Desde ese preciso instante el entrenador se plantea su función formativa como secundaria, dando paso a la puramente competitiva por varios aspectos: aquí destaca su propia necesidad de competencia y logro, además, dado el ambiente dentro del mismo club, percibe que para ganar o mantener estatus, no solo a nivel interno, sino también a nivel de competición y el reconocimiento del resto de entrenadores (factores extrínsecos) necesita conseguir resultados. Aparte viene el sentimiento de responsabilidad hacia unos niños – sus jugadores – trabajando con la presión de ser conocedor de su futuro a corto plazo dentro del club si no cumplen unas expectativas que no corresponden en términos de exigencia
con la edad y que, en muchas ocasiones, no son coherentes con el potencial y posibilidades
reales del propio grupo.
• Además, se suele dar en estos casos, dentro del mismo club, la situación en la que se fomenta la competencia entre los propios entrenadores, siendo tus mismos compañeros factores amenazantes para tu puesto. Esto, en algunos casos, lleva a provocar nula comunicación dentro del colectivo de entrenadores del club, y en otros una convivencia condicionada, distante y desconfiada. A partir
de ahí tendemos a trabajar de un modo cada vez más lejano a la idea formativa que la edad ocupa y más orientada hacia un nivel que el club realmente no tiene, utilizando el profesionalismo como espejo erróneo del objetivo propuesto para alcanzar las cotas, en ocasiones desmesuradas, impuestas por el club.
• Los niños no son ajenos a este hecho y a semejanza de sus entrenadores, su actitud también
se ve condicionada. Comienzan a aparecer las diferencias de manera diáfana entre los integrantes de la plantilla. Desde bien pequeños se marcan diferencias entre titulares y suplentes, se establecen estatus que más allá de lo deportivo también afecta al aspecto social dentro del mismo equipo. Los jugadores “titulares” solo se alimentan de su necesidad de competencia y logro, y factores extrínsecos más lógicos en un jugador profesional o semiprofesional que en edades formativas. Su
exigencia con ellos mismos y con los demás dificultan sus relaciones sociales y su tolerancia
al fracaso es enormemente baja. Su visión de la actividad y desarrollo de esta se focaliza en aspectos como el resultado, rendimiento, reconocimiento externo y se distorsionan de un modo alarmante conceptos como éxito y fracaso, de los cuales deberían de estar alejados, orientándolos hacia otros como formación, desarrollo, avance, etc. Este perfil del jugador suele ser egoísta en cuanto al resto del equipo, quieren minutos y entienden que los compañeros que consideran de menos nivel deben jugar minutos residuales, llegando a ver incluso a los demás compañeros de nivel similar como rivales y en algunos casos “enemigos”.
La suplencia o no convocatoria cobra una importancia negativa de efectos exagerados con la edad. Su autoestima se fomenta con relación a aspectos de competencia y logro, así como a factores extrínsecos de claro componente negativo.
• Pongamos el ejemplo de factores extrínsecos
de un futbolista profesional: reconocimiento  externo, dinero, fama, contratos publicitarios,
portadas, premios individuales… Hoy en día ¿cuántos niños ven dichos factores como objetivo a conseguir, siendo su no consecución un motivo claro de fracaso para ellos? No podemos ser partícipes de algo que en ocasiones fomentamos y cuyas consecuencias pueden ser graves indudablemente. Ese éxito profesional se compone de multitud de variables que se escapan a nuestro poder, entendimiento, capacidad e incluso potencial. Es obligado como parte de nuestra labor alejar al niño de este tipo

Club estructurado ¿existe de verdad?

Es un club con organigrama definido,
funciones repartidas entre sus miembros y
ejecutadas con eficacia. Da prioridad a la
formación y el desarrollo razonable del niño.
Ofrece un entorno estable y organizado
que facilita el entendimiento de la actividad
como un juego mediante el cual el niño
podrá adquirir valores y conocimientos
que no solo le servirán para el deporte que
practica, pero podrá extrapolar lo aprendido
a cualquier aspecto de la vida. Se destaca la
importancia de la persona, el aprendizaje, el
aspecto lúdico, la convivencia entre todos
los miembros del club, incluidos los padres.
Sus entrenadores bajo esas premisas no
descuidan el aspecto competitivo. Se les
exige formación, dedicación, profesionalidad.
Predomina como estilo motivacional dentro
de la dirección y gestión de los grupos
el “estilo promotor”, que el Doctor en
Psicología Manuel Sebastián Carrasco (III) nos
lo describe como fomento de la autonomía
y motivación interna (intereses, preferencias
y necesidades de cada uno), consideración
hacia la perspectiva de los demás y saber
ofrecer oportunidades de crecimiento
personal durante la actividad. Se precisa
uso de un lenguaje flexible, argumentación
de razones, entendimiento, comprensión
y trabajo de las reacciones negativas que
pueda manifestar un niño en un momento
determinado.

(I) Prof. Dra. Almudena Belén Ros Martínez, UCAM Murcia, Profesora Grado de Psicología, Grupo de Investigación
Psicología de la Educación Física y Deporte.
(II) https://elpais.com/elpais/2019/03/11/mamas_papas/1552298887_270116.html
(III) Prof. Dr. Manuel Sebastián Carrasco, UCAM Murcia, Profesor Grado de Psicología.

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